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La única revista que Nelson Mandela leía en la isla Robben

Nelson Mandela y Federico Mayor  Presidente  de Honor del Instituto Seda España

“El apartheid no es, como se lo anuncia y como algunos pueden imaginárselo todavía, un esfuerzo serio por proporcionar a todas las razas las mismas oportunidades y facilidades, aunque se lo haga separadamente. De hecho, es la segregación perpetrada por blancos en beneficio de ellos mismos y en perjuicio de la población negra y de color”. Esto es lo que el prisionero 466/64, Nelson Mandela, leía enEl Correo en la isla Robben, ante las mismísimas narices de los carceleros del Estado policial que por entonces era Sudáfrica.

Annar Cassam

En 1964, Nelson Mandela y sus compañeros de lucha fueron condenados a cadena perpetua. La administración penitenciaria se aseguraba de que sus primeros años de detención fueran, desde el plano intelectual y espiritual, tan áridos como la tierra de Robben: no les llegaba a las manos ningún periódico, ni siquiera los locales. Como escribió en su autobiografía, Un largo camino hacia la libertad (1994): “Las autoridades intentaban imponer un bloqueo informativo total; no querían que nos enteráramos de nada que pudiera levantarnos la moral ni que supiéramos que todavía pensaban en nosotros en el exterior”.

Sin embargo, los reclusos fueron autorizados a cursar estudios secundarios y superiores y, por lo tanto, a recibir las obras necesarias para ello. Por ejemplo, una suscripción en inglés a El Correo de la UNESCO, enviada desde París, se coló durante un tiempo entre los manuales de contabilidad y economía que encargaban los detenidos.

Está claro que a ojos de las autoridades penitenciarias, que en general solo hablaban afrikáans, la revista parecía una lectura inofensiva para esa categoría de prisioneros a quienes, después de un día de picar piedra en la cantera, se les permitía leer estos contenidos “sin importancia” en sus celdas.

Todo esto lo relató en septiembre de 1996 el propio Mandela en su despacho presidencial de los Edificios de la Unión (sede oficial del gobierno de Sudáfrica) en Pretoria al Director General de la UNESCO, Federico Mayor, cuando éste hizo una visita oficial a la nueva Sudáfrica democrática.

El presidente recordó el placer que él y sus compañeros habían obtenido al leer El Correo, una “ventana abierta” a tantos temas nuevos, como la diversidad cultural, el patrimonio común de la humanidad, la historia de África, la educación para el desarrollo… Ninguna de esas palabras formaba parte del léxico del apartheid y, mucho menos, en las desoladas tierras de la isla Robben.

La lectura de El Correo había sido su conexión con el mundo exterior y Nelson Mandela quiso decírselo al Director General de la UNESCO.

Tuve el privilegio de acompañar a Federico Mayor durante esa visita y, al escuchar los comentarios del presidente, me pregunté por su significado e importancia. El bien llamado Correo sirvió de paloma mensajera entre París y ese islote perdido en medio del Atlántico Sur, llevando a Mandela y a sus compañeros información e ideas de los cinco continentes bajo las narices de los carceleros del estado policial que era la Sudáfrica del apartheid. Esto significa que, cuando es necesario, ¡el conocimiento y las ideas pueden volar!

Apartheid

La isla Robben era el Alcatraz sudafricano, la isla-prisión donde se encarcelaba de por vida a delincuentes comunes negros, sin esperanza alguna de liberación. Cuando, en las décadas de 1960 y 1970, la lucha contra el apartheid se extendió, fue allí adonde el gobierno racista de Sudáfrica envió, durante el resto de sus vidas, a sus oponentes políticos más importantes. En realidad, se trataba de un presidio dentro de otra cárcel, porque el sitio principal de detención era la propia Sudáfrica, donde la comunidad minoritaria de colonos blancos estaba encerrada en la paranoia de su superioridad racial sobre la población autóctona. Todos los aspectos de la vida, privados y públicos, estaban regidos por leyes racistas diseñadas para oprimir y denigrar a la mayoría negra en beneficio de la minoría blanca, que detentaba todos los privilegios.

Al hacerlo, la clase dominante pretendía preservar y promover los “valores europeos” en nombre de una llamada “misión civilizadora” en África. Posición paradójica, ya que en realidad ignoraba todos estos valores, los principios de libertad, igualdad, democracia y fraternidad por los que los europeos lucharon durante siglos y escapaban a su comprensión.

Es precisamente de esa lucha –la devastadora guerra contra el racismo nazi que llevó en la Segunda Guerra Mundial al mundo al borde del abismo–, de donde nacieron la UNESCO y el sistema de las Naciones Unidas. En 1945, las naciones del mundo entendieron que “nunca más”, deberían tolerar tales horrores. En la UNESCO, proclaman expresamente que es “en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz” (como establece la Constitución de la UNESCO) mediante el intercambio y el desarrollo de conocimientos en todos los ámbitos, especialmente la educación, la ciencia y la cultura.

El régimen sudafricano no aprendió esta lección y optó por ir en sentido inverso, privilegiando la separación, la exclusión, la privación, la humillación y la violencia. El castigo infligido a cualquiera que se opusiera a esta ideología retrógrada era el destierro de por vida.

Artículos contra el apartheid en la isla Robben

Me imagino a Mandela y sus compañeros de lucha sonriendo de satisfacción leyendo estas líneas sobre el racismo, publicadas en 1968 por el sociólogo británico John Rex: “El ejemplo más señalado de racismo en elmunco actual es el apartheid en Sudáfrica. El apartheid no es, como se lo anuncia y como algunos pueden imaginárselo todavía, un esfuerzo serio por proporcionar a todas las razas las mismas oportunidades y facilidades, aunque se lo haga separadamente. De hecho, es la segregación perpetrada por blancos en beneficio de ellos mismos y perjuicio de la población negra y de color”. (“El racismo enmascarado”).

Algo menos de diez años más tarde, la masacre de los estudiantes por policías fuertemente armados durante los disturbios de Soweto en 1976 marcó un punto de inflexión en la historia de la lucha contra el apartheid, movilizando a una generación joven de oponentes airados, indignados por la  imposición del afrikáans como lengua de enseñanza en las escuelas negras. También reveló al resto del mundo que el gobierno racista no tenía otra estrategia que el uso de la fuerza bruta, incluso contra estudiantes desarmados. Sudáfrica es luego condenada al ostracismo por la comunidad internacional, rechazada si no por todos los gobiernos por el conjunto de pueblos del mundo.

En noviembre del año siguiente, El Correo publica un número especial sobre racismo en Sudáfrica bajo el título:África Austral contra las cadenas del racismo, que comienza con estas líneas: “El apartheid representa la forma más vil de la esclavitud moderna. En este punto, la acción paciente pero tenaz y vigorosa de la UNESCO se confunde con el combate de los propios negros sudafricanos, que han mostrado cómo, gracias al coraje de la rebelión, han olvidado el miedo y recobrado la esperanza. Si quiere seguir siendo fiel a sí misma, la comunidad internacional debe movilizarse y obrar con firmeza para que esa esperanza no se trunque”.

La lectura de este número fue obviamente prohibida en la isla Robben, pero mientras tanto la lucha había ganado la escena internacional y algunos líderes de Pretoria comenzaban a comprender que tarde o temprano necesitarían a Mandela. Con los años, éste y su causa fueron cobrando fuerza, mientras que el régimen del apartheid continuaba su curso de destrucción y violencia contra la población negra y los Estados africanos vecinos.

La larga detención de Mandela en la isla concluye en 1982: se lo traslada al continente, primero a la prisión de Pollsmoor, cerca de Ciudad del Cabo, y luego, no muy lejos, al “relativo” confort de una villa de la prisión Victor Verster. Durante esta fase de su cautiverio, que se extiende hasta 1990, Mandela pasa horas, como él dice, “hablando con el enemigo”, entablando diálogo y discusión con los miembros más inteligentes y menos sectarios del régimen para convencerlos de que la violencia estatal y la acción militar no aliviarán la creciente agitación del país y de que es necesaria una respuesta política a los anhelos de cambio expresados por todos, incluida la comunidad internacional.

Finalmente, llega el día tan esperado y, el 11 de febrero de 1990, Mandela cruza las puertas de la prisión y se impone en pocos días como la autoridad moral del país: ¡Éxito notable para este hombre no solo exiliado durante casi treinta años, sino cuyo nombre, fotografía o palabras habían estado prohibidos! En mayo de 1994, después de cuatro años de duras negociaciones con el gobierno de Frederik de Klerk, Mandela fue elegido para dirigir el nuevo Estado sudafricano, primer presidente de una sociedad democrática no racista, donde los opresores de ayer vivirían en paz con aquellos a quienes habían humillado desde siempre.

Los diez mil días de Mandela

Los 27 años de cautiverio de Mandela se pueden ver de dos maneras: como el terrible sacrificio de los mejores años de la vida de un hombre y el precio cruel de la ausencia y la pérdida para su familia: castigo innegable e inconmensurable. Pero los “diez mil días” de Mandela tras las rejas, como él dijo, también pueden verse en una escala diferente: como el tiempo que le llevó convencer a los racistas de romper sus cadenas ideológicas y culturales y aceptar que la libertad y la dignidad de todos los sudafricanos, todas las razas y credos, son los atributos supremos de un estado civilizado.

Los miembros de las “tribus blancas” de África pueden congratularse de que Mandela haya esperado tanto tiempo, que haya soportado hasta el fin para sacarlos, pacífica y pacientemente, de la prisión de su mentalidad, de la ilusión de separación y de superioridad, a una tierra común, de la que nadie puede ser expulsado debido al color de su piel.

En 1999 la isla Robben fue el primer sitio sudafricano inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial. Si alguna vez viera luz una lista mundial de todos aquellos que elevaron la conciencia colectiva de la humanidad, Nelson Mandela tendría en ella todo su lugar.

 

Con este artículo, El Correo destaca el primer centenario del nacimiento de Nelson Mandela, ocurrido el 18 de julio de 1918.

Descubra nuestro Homenaje a Mandela y nuestra selección de ediciones de El Correo dedicadas al tema del racismo

Annar Cassam

La tanzana Annar Cassam dirigió el Programa Especial de la UNESCO para Sudáfrica de 1993 a 1996.