LA MOSCA

Acciones: Certamen Literario

Nunca en mi vida podré olvidar esa tarde en Julio. El calor era inhumano, el sol caía como una bomba sobre los pocos que osábamos salir a las calles a esas horas. Marta y yo, íbamos de la mano buscando el refugio de la sombra de los pocos árboles que quedaban en la avenida, reíamos mientras hacíamos los planes para pasar esa tarde felizmente. Primero a la consulta del Doctor Trapero, a la revisión de unas pruebas rutinarias que se había hecho Marta la semana anterior y que llevaba yo en un sobre con la mano que me quedaba libre, no llevaba la chaqueta y por ello no tenía bolsillos para guardarlo. El informe lo retiré el día anterior del hospital en donde se hizo la prueba y sin ni siquiera abrirlo, me lo guardé, iba, al mismo tiempo, con mi compañera Ana, a revisar un examen de Psicobiología que habíamos suspendido por tercera vez, pero ahora con un 4,90 de nota…al final, nos aprobaron por fin. Después, queríamos ir a un cine fresquito, a ver una peli de la que nos habían hablado muy bien,” El Cartero”, por supuesto con cubo de palomitas incluido, y, por último, tomaríamos unas cañas y alguna ración con mi prima Toñi, que nos iba a presentar a su último novio. Llevaba tres en dos años y el nuevo tenía todas las papeletas de engrosar la lista de candidatos rechazados, ya que, según ella misma, era más pesado que el plomo.

Entramos en la consulta y, como siempre, la salita de espera estaba llena de gente entre angustiada y expectante. Invariablemente había algún personaje conocido allí, por su talento como cantante o escritor de moda y también alguna petarda cuyo único valor era haber tenido un lio con algún famoso y contarlo luego en las revistas o en la televisión. Ese día, sentada frente a nosotros, con unas morenas y bonitas piernas cruzadas, estaba una mujer joven de cuyo nombre, como de costumbre, no me acuerdo, cuyo  principal mérito consistía  en salir fotografiada, por supuesto clandestinamente,  en una revista mostrando las bragas, bueno, mejor dicho, la falta de las mismas, que según comentó ella , las había olvidado encima de la cama con la intención de  perfumarlas, antes de salir….creo  además que tuvo un asunto de cuernos o algo parecido, con un conocido banquero.

Contra todo pronóstico, Belinda, que era el nombre de la enfermera del Doctor, que, por cierto, no he contado que aparte de una eminencia médica en su campo, era un viejo verde que, a pesar de tener más años que Don Quijote y Sancho juntos, coqueteaba descaradamente con las pacientes como si tuviese cuarenta años menos de los que tenía. Saludamos al viejo crápula y enseguida le indicó a la chica que pasara con Marta a la otra sala para tomar la tensión y la temperatura y a mí que le acompañase a su despacho a esperarlas. Era una estancia amplia y muy luminosa, toda la parte de la derecha era una cristalera por la cual se veía un bonito jardín con una fuente en el centro en la que cuatro ranitas de piedra escupían un chorrito de agua que iba a romper contra una especie de piña también de piedra que, a su vez, elevaba su propio chorrito hacia el cielo. El médico cogió el sobre que le tendí, y en lugar de sentarse frente a mí en su sillón, se acercó a la cristalera y se puso a golpearla con el sobre para espantar a una mosca negra y gorda que estaba allí intentando salir atravesando el cristal y emitiendo un agresivo zumbido. Sin siquiera mirarme, me dijo de sopetón:

— Tu mujer tiene cáncer…que hacemos se lo decimos o no.

En ese instante me pareció que se paraba el mundo, iba todo como a cámara lenta, el viejo verde con el sobre, la mosca a la fuga, unas palabras sueltas y a treinta y tres revoluciones…” quíiimio, metástaaasis, carciiinoma…” la puerta que se abre lentamente, yo queriendo arreglar mi descompuesto semblante, intentando pensar, y mi cerebro como encallado, sólo una frase repetida machacona

— ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?…

Entró Marta y Belinda tras ella, me miró y sin dudarlo ni un momento me preguntó:

—Tengo algo malo”, ¿verdad? …

Sin articular una sola palabra, la boca seca, no puedo apartar la vista de la puta mosca asquerosa del cristal.

El repugnante moscardón se llevó de nuestra vida una teta, mucho pelo y, por un largo tiempo, nuestras ganas de vivir y nuestra alegría. Hace ya casi un lustro de aquella tarde y hemos vencido al miedo y la angustia. Cada día es una puerta abierta a la vida, cada insignificante detalle, que antes solía pasar sin pena ni gloria por delante, ahora es un risueño descubrimiento cotidiano. Ya no solo vemos pasar las cosas, las abrazamos con la fuerza de saber que somos unos afortunados por poder aprovechar esta segunda oportunidad.

Estamos más viejos, más feos y más gordos, pero de alguna manera…más felices.

 

Belén Talavera