Las viajeras eran ellas

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Lo habitual era que acompañasen como esposas, hijas, madres o hermanas; pero la curiosidad, la inquietud y la aventura situaron a estas cinco mujeres en primer plano.

 

Lo habitual era que les acompañasen como esposas, hijas, madres o hermanas. El destino solía ser un cargo colonial, una misión de comercio, o religiosa. Como ellos, soportaban temperaturas extremas y las duras condiciones del trayecto, pero su capacidad para comprender un entorno extraño, ajeno a lo doméstico, se asumía limitada.

Romper los prejuicios, asumir la iniciativa y actuar requería una voluntad firme. La presencia masculina establecía, en sí, un marco social en movimiento.

Estas cinco mujeres prevalecieron en sus viajes en circunstancias y entornos muy diversos. La curiosidad, la inquietud, o la duda, las situaron en primer plano.

 

                                                                               MÁS ALLÁ DEL HAMMAN

Mary Montagu llegó a Turquía en 1716 como esposa del embajador inglés. El viaje se había prolongado durante más de un año. En Sofia entró por primera vez en un hammam. Le asombró ver a las mujeres de la aristocracia búlgara desnudas y depiladas, conversando en una atmósfera de un intenso erotismo.

En Estambul, oculta bajo el yasmak, el velo que imponía la tradición turca, exploró los bazares y los baños.

Célebre en Londres por el ingenio de sus sátiras y poemas, en Cartas desde Turquía aclaró muchas de las falsas percepciones de viajeros que habían plasmado una visión de la mujer turca desde la fantasía. Su condición femenina le permitía acceder a espacios vetados al hombre, como el harén. Ingres se inspiró en sus textos para pintar El baño turco.

Montagu, que había sufrido la viruela en Inglaterra, descubrió en Estambul la vitriolización, un antecedente de la vacuna, que aplicó a sus propios hijos y que defendió en Londres frente a la resistencia del estamento médico.

 

                                                                               CORAJE AMAZÓNICO

Isabel de Godin, nacida en Riobamba, en la región andina de Ecuador, era hija de un alto funcionario del virreinato de Nueva Granada. Se casó a los catorce años con Jean Godin des Odonais, cartógrafo y naturalista francés.

En una expedición geodésica dirigida por La Condamine, Jean quedó atrapado en la Guyana Francesa en 1749. Las autoridades prohibieron al ciudadano francés atravesar el territorio de Brasil para volver a Riobamba. El enfrentamiento entre Godin y la administración portuguesa extendió el veto durante veinte años.

Isabel tomó la iniciativa. Con dos de sus hermanos y treinta sirvientes atravesó los Andes y se internó en el Amazonas. La epidemia de viruela recrudeció las condiciones del viaje. Encontraron la misión de Canelos asolada por la enfermedad. Reclutaron a los indígenas que habían sobrevivido, pero estos desertaron.

En la travesía fluvial, el manejo de canoas era complejo para los habitantes del altiplano. Un grupo de criados se ahogó. Isabel decidió acampar y envió a un sirviente de confianza para establecer contacto con el barco que su marido había enviado en su busca.

Las bajas en el campamento se sucedieron a causa de la infección que producían las picaduras de insectos. Todos fallecieron, excepto Isabel, que se internó a solas en la selva. Con la ayuda de un grupo de indígenas logró llegar a la nave que la esperaba. En 1770 se reunió con su marido en Saint-Georges-de-l’Oyapock, en Guyana.

                                                                       

                                                                                EXTRAVAGANCIAS ASIÁTICAS

Aimée Crocker heredó una gran fortuna a los diez años. Su padre, banquero, había financiado la expansión ferroviaria de Estados Unidos hacia el Pacífico. En 1880 su madre la envió a Europa, donde rompió su compromiso con un príncipe alemán y se lanzó a una aventura con un torero. Su primer matrimonio concluyó con una lucha por la custodia de su hija, que perdió en favor de su exmarido.

Tras el proceso, Aimée no buscó refugio en un apellido apropiado. Dirigió su mirada a Asia. Su primer destino fue Hawai, donde el rey Kalakaua le regaló una isla y le otorgó el título de princesa  

Palaikalani: ‘felicidad celeste’. Ante la estupefacción de los misioneros, bailaba el hula-hula y vestía faldas de palma.

 

Su matrimonio con Henry Mansfield Gilling, prestidigitador y cantante de ópera, no entorpeció su libertad. La presencia de su esposo no evitó que tomase como amante al barón Takahimi en Tokyo, que le ofreció una mansión de muros de papel, o a un señor feudal chino, con el que viajó de Hong Kong a Shanghai.

En Indonesia, un príncipe de Borneo la llevó a un poblado remoto. Sus súbditos se rebelaron ante la posibilidad de tener a una mujer blanca como reina y la atacaron. Escapó en una canoa a una guarnición holandesa.

El viaje de Aimée alcanzó su culminación en la cueva del yogui Bhojaveda en Poona, donde experimentó una visión que la llevó a convertirse al budismo.

 

                                                                                 RUMBO A PASCUA

Katherine Routledge se graduó en Historia Moderna en Somerville Hall, uno de los colleges Oxford fundados en el siglo XIX para mujeres. Se dedicó a la enseñanza y formó parte del comité que supervisó las condiciones de las emigrantes inglesas a Sudáfrica tras la guerra de los Boers.

En 1906 se casó con William Routledge. Junto a él investigó el misterio arqueológico que suponía la Isla de Pascua. Con el apoyo del Museo Británico y de la Real Sociedad Geográfica se dispusieron a resolverlo. Equiparon una goleta a la que llamaron Mana: la energía espiritual que, en Polinesia, rige y sana el universo.

En la isla, excavaron algunos de los moáis. Descubrieron que los motivos tallados en sus dorsos eran los mismos que los que representaban los tatuajes de la población local, lo que implicaba continuidad.

Con la ayuda de un guía, Katherine recopiló costumbres, leyendas, muestras de la escritura rongorongo, y catalogó los moáis. Cuando su esposo se vio obligado a viajar a Valparaíso, en Chile, como consecuencia de la amenaza alemana en la Primera Guerra Mundial, se mantuvo a cargo de la expedición.

 

                                                                                DEL SAHARA A LA RUTA DE LA SEDA

Eva Dickson se divorció en 1932 porque su marido no aprobaba sus viajes. Su pasión por la aviación y los rallies alimentaron una imagen pionera en Suecia, su país de origen. La popularidad hizo posible financiar sus expediciones mediante apuestas sobre retos considerados inasequibles para una mujer.

Conoció en Kenia al barón Bror Blixen, que permaneció en la colonia británica tras el divorcio y la partida de Karen, autora de Memorias de África. Se hicieron amantes. Durante su estancia aceptó una nueva apuesta y condujo desde Nairobi a Estocolmo, lo que la convirtió en la primera mujer en atravesar el Sáhara en automóvil.

Volvió con Bror y, con motivo de la crisis de Abisinia, se convirtió en corresponsal de guerra de un periódico sueco. Se casaron en Nueva York. Tras el viaje de novios en las islas Bahamas, emprendió a solas su gran desafío: recorrer en coche la ruta de la seda.