Una Opinión diferente clarificadora. La ruta de la seda

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59 China promociona la ruta y la franja para unirse por tierra y por mar a Europa y después al resto del mundo. Ya lo intentaron en el siglo XV con los viajes transoceánicos del almirante Zheng He, también llamado San Bao y conocido en la leyenda como Simbad el Marino. Simbad no era árabe, era chino.

Con una flota de 80 navíos de 30 metros a 150 metros (la carabela de Colón medía 27), recorrió el Índico, el golfo Pérsico, llegó a África y algunos afirman que también a América y dio la vuelta al mundo. Sobre esto aún hay controversia.

Lo sorprendente es que, a la vuelta de su viaje, el emperador decretó el fin de estos periplos y que se destruyeran las naves e incluso los recuerdos de los viajes. Tiene su lógica: los chinos recorrieron los mares en busca de países con los cuales comerciar. No los había.

Ni en África, ni en América, si es que ­llegaron, había base económica suficiente para comerciar. Las sedas y porcelanas chinas no se podían cambiar por cocos y frutas tropicales. Constataron que no era el momento de salir a comerciar por los mares y lo prohibieron, conservando su antiguo comercio terrestre por la ruta de la seda que databa de tiempos del imperio romano.

China, en el siglo XV, se recluyó en su espléndido aislamiento, sólo preocupada de mantener su muralla para que no entraran los bárbaros. Con los mapas de Zheng He, los portugueses fueron hacia el este y los españoles al oeste. Unos comerciaron con la India, Malaca y Catay, los otros se toparon con América y sacaron de ella riquezas inmensas que financiaron guerras internas y desataron la envidia de los demás países. Holanda navegó detrás de los portugueses y se metió en Malasia e Indonesia. Inglaterra salió detrás de Holanda y pirateó por el Caribe para robar el oro español cuando ya estaba limpio y empaquetado en lingotes o doblones. Los franceses fueron a conquistar la India pero se la acabaron quedando los ingleses. Francia se tuvo que contentar con Indochina. Y cuando no quedaban tierras por expoliar, todos juntos se volvieron contra China, que los había menospreciado siempre y no se esperaba que la revolución tecnológica creada por la ciencia de Newton y Bacon diera a los europeos un poder militar irresistible, una capacidad de matar y destruir nueva en la historia del mundo.

 

Los chinos esperaron que los europeos modernizaran el mundo para poder comerciar con ellos, pero no contaron con que, en el proceso, los europeos se iban a convertir en un peligro letal mucho peor que los bárbaros de Mongolia. Cuando se dieron cuenta, tenían las cañoneras del general británico Charles George Gordon metidas por sus ríos, los puertos ocupados, Pekín invadido, el palacio de Verano arrasado.

Por su soberbia e imprevisión sufrieron un siglo de humillaciones en el que fueron pisoteados por ingleses –que les metieron el opio a la fuerza–, franceses, alemanes, rusos y japoneses. Había que corregir el tiro. Sólo con la tecnología europea se podía hacer frente a la agresión europea.

Cuando los ingleses impusieron a China el consumo de opio y luego su cultivo, para pagar los gastos del té al que devinieron adictos los británicos, Shanghai se convirtió en un centro de operaciones donde misioneros cristianos, comerciantes europeos y rebeldes chinos jugaban su partida por la posesión del comercio chino, espiritual y comercial. Entre los comerciantes americanos, Russell & Co. se dedicaba al opio y trabajaba en relación con los clanes Roosevelt, Delano y Forbes.

Las sociedades secretas que querían desestabilizar el trono imperial de la dinastía manchú provocaban enfrentamientos entre los manchúes y los europeos atacando a los misioneros. Unos chinos convertidos al cristianismo llamados taipings (reino celestial) se alzaron en armas y causaron una guerra civil. Cuando los rebeldes tomaron Shanghai y Pekín, los ingleses mandaron al general Gordon, que moriría en Jartum (Sudán) ante el Mahdi, pero que aquí cosechó fáciles triunfos porque usaba cañones, explosivos y rifles contra los arcos, flechas, lanzas y gongs de los chinos.

Ahí comenzó el siglo de humillación china, que acabó cuando ellos usaron contra los europeos las mismas armas de estos. Pero llegar a eso les llevó cien años y muchos disgustos.

Ahora, con el poderío militar que le dio Mao, China trata como iguales a Rusia, Estados Unidos y Europa. Está lanzada a por la hegemonía económica del mundo. Pero no la bélica. Ya lo verán.