València forma parte de la ruta de la seda. La afirmación les sonará a chino, ya lo comprendo. Cuesta imaginar camellos bactrianos a los pies del Micalet o a mercaderes persas en la playa de la Malvarrosa. Sin embargo, el nexo existe: el comercio de la seda fue el motor económico de la ciudad a finales de la edad media y a lo largo de casi toda la edad moderna.
Durante el primer tercio del siglo XVIII, el 90% de los pueblos del Reino de Valencia producían seda, convirtiéndose la capital en el centro manufacturero del país con 4.000 telares y casi ocho mil trabajadores directos. Habría que añadir a quienes se dedicaban a las labores de hilatura, devanado, torcido, tintado…
Se cree que la mitad de la población de la ciudad trabajaba, directa o indirectamente, para el sector. La mayor parte de esos obradores se agrupaban en el barrio de Velluters (Terciopeleros), donde también está el edificio del Colegio del Arte Mayor de la Seda, construido en 1686 y hoy reconvertido en Museo de la Seda. El inmueble es un excelente y barroco punto de partida para esta ruta, ya que no solo atesora una llamativa colección de telas en seda y abundantes telares del siglo XVIII, sino también un valiosísimo archivo gremial.
El gremio valenciano de sederos o ‘velluters’ se creó en 1477. Las ordenanzas las redactaron 56 maestros sederos, quienes definieron el oficio de ‘velluter’. Los candidatos ingresaban como ‘aprendices’, para ascender con el tiempo a ‘oficiales’. Solo después de trabajar un mínimo de cinco años en esa categoría y de superar un examen muy severo, accedían a la categoría de ‘maestro sedero’, la máxima.
En 1686, el rey Carlos II concedió al gremio el título de ‘Arte Mayor de la Seda’, por el que la actividad pasó de ser un ‘oficio’ a convertirse en ‘arte’. Por oposición, el ‘Arte Menor de la Seda’ agruparía a otras profesiones asociadas pero con menos cualificación: botoneros, pasamaneros, bordadores, cinteros, cordoneros… En torno al Colegio creció todo un barrio consagrado a la actividad, cuyas viviendas reservaban un espacio para los telares.
Al margen de su valiosa y entretenida colección, el Museo de la Seda también protagonizó la historia del sector: la Sala de la Fama fue la estancia donde los máximos dirigentes colegiales se reunían para adoptar sus decisiones. Si la visitan, no se pierdan el fresco del techo, creado por José Vergara, ni tampoco el vistoso suelo hecho en cerámica. El edificio fue declarado Bien de Interés Cultural en 1982.
La lonja de la Seda, antigua lonja de Mercaderes, es otro edificio sobresaliente. Se empezó a construir a finales del siglo XV, y la Unesco la ha declarado patrimonio histórico de la humanidad. Muy céntrica, sustituyó a una lonja anterior, insuficiente para las necesidades del próspero sector sedero local. El edificio tiene tres cuerpos diferenciados. El salón Columnario o sala de Contratación acogió la mesa de cambios, donde se concertaban las transacciones. El segundo cuerpo del edificio es el Consolat de Mar, sede de esa institución, antecedente de nuestros tribunales mercantiles, donde se dirimían los litigios. Por último está el Torreón, cuya planta baja albergaba la capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, y los dos pisos superiores, las mazmorras para los mercaderes tramposos.
Quizá dedicada a estos últimos, una aleccionadora inscripción en latín aparece por duplicado en los muros de la Lonja: “Casa famosa soy, en quince años edificada. Probad y ved cuán bueno es el comercio que no usa fraude en la palabra, que jura al prójimo y no falta, que no da su dinero con usura. El mercader que vive de este modo rebosará de riquezas y gozará, por último, de la vida eterna”.
El Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí reúne valiosas prendas de seda —chalecos y casacas, trajes militares o de torero…— y la colección de cerámica más importante de España. A esos alicientes se suma la misma sede, el palacio del Marqués de Dos Aguas, ejemplo de arquitectura barroca. La institución nació con una dedicación exclusiva a la cerámica, pero diversas compras diversificaron sus fondos y objetivos a partir de 1969.
Aunque el proceso de la seda culmina con ropas exquisitas, como las que admiro en este museo, su comienzo es mucho más natural, se basa en el apareamiento de dos mariposas. La hembra pone unos 500 huevos antes de morir. La eclosión de los huevos coincide con la aparición de las hojas de la morera (Morus alba). Cuando la larva alcanza el pleno desarrollo, segrega un líquido que se endurece y forma filamentos. Estos se trenzarán en la rueca hasta formar la hebra. Una vez estirado, el hilo puede medir entre 700 y 1.600 m. Ese hilo ha de pasar por diversas manos —torcedores, tintoreros, urdidoras, tejedores…—, todas muy especializadas, para que la manufactura final tenga la brillantez y elasticidad que caracterizan las telas más finas y sofisticadas.
El Museo de la Catedral de València es otro buen lugar para comprobarlo, debido al simbolismo de la liturgia cristiana. Como los ceremoniales de las religiones orientales, las antiguas prendas destinadas al culto transmitían opulencia y sensación de poder. La conquista de América y el fervor religioso propiciaron la acumulación de tesoros textiles en catedrales, monasterios y conventos. Los tejidos más solicitados fueron los terciopelos labrados: de color rojo para las grandes ceremonias; verdes para el oficio ordinario; negro para los funerales.
La catedral de València conserva ornamentos litúrgicos cuya datación abarca desde inicios del siglo XIX hasta la década de 1960. No se pierdan las dos casullas expuestas en la Sala del Tesoro, en la segunda planta del museo catedralicio, porque muestran una destreza técnica fuera de lo común.
Si el museo catedralicio permite familiarizarse con las vestimentas en seda para uso religioso, el Museo de Bellas Artes aproxima a la vertiente laica. Fundado en 1837, su magnífica pinacoteca muestra a multitud de personajes del siglo XV valenciano y posteriores, ataviados con trajes de época. Durante el tránsito de la edad media a la moderna, las clases más humildes siguieron usando la ropa para cubrirse, pero las capas más acomodadas de la sociedad también la empleaban para comunicar el nivel social, su estatus.
Los terciopelos labrados eran los tejidos más costosos, tanto que solo se usaban en las grandes ceremonias. La pequeña nobleza y los comerciantes vestían terciopelos lisos, con cordones, trencillas o pespuntes como adornos, porque eran más baratos que los brocados hechos con telar. La seda también se usaba en el ámbito doméstico, en manteles, en el tapizado de sillas o sillones, en cobertores de camas, en cortinas y almohadones…
Otra colección idónea para ver a personajes ataviados con lujosos tejidos de seda es la de El Patriarca Monumento Nacional, cuya colección acoge pinturas de Caravaggio, El Greco, Van Der Weyden, Benlliure o Ribalta entre otros. Los fondos de El Patriarca incluyen retratos de falleras, cuya indumentaria rica en seda ha pervivido gracias a esa fiesta y todavía se ofrece en numerosos comercios locales.
El edificio de El Patriarca fue la sede del Real Colegio Seminario de Corpus Christi, fundado en 1583. Se considera uno de los mejores ejemplos de la arquitectura renacentista en Valencia. La institución se consagró a la formación de sacerdotes, según las directrices del Concilio de Trento y de la Contrarreforma.
Algo distinto es el palacio Tamarit, una antigua fábrica sedera, la única que permanece en pie en la calle del Pilar. Debe su nombre a la dinastía Tamarit, una saga de empresarios sederos del siglo XVIII, quienes empezaron como campesinos y pescadores en la localidad de Ruzafa, y acabaron empleando a más de 500 personas en sus telares y fábricas.
Los Tamarit no solo encarnan la irrupción del capitalismo en el mundo de la seda, sino la eclosión de problemas que aceleraron su decadencia: una Real Cédula de 1789 dio libertad a los fabricantes para elaborar sus tejidos sin someterse a las estrictas normas y controles de las ordenanzas gremiales. La familia Tamarit usó su mucha influencia para la aprobación de esa medida. La consecuencia fue un descenso en la calidad de las sedas.
Simultáneamente, la creación de la Compañía de Filipinas en 1785 propició la llegada de tejidos desde Asia y América, redundando en el empobrecimiento de la sedería valenciana y de sus artesanos. Muchos telares dejaron de funcionar. La epidemia de la pebrina (Nosema bombycis), un hongo microscópico que parasita al gusano de la seda, fue la puntilla para el sector.
La sala de exposiciones del palacio Tamarit acoge numerosos mapas relacionados con la ruta de la seda. Nos serán útiles para el mejor aprovechamiento de nuestra última visita, quizá la más original: el palacio de Malferit, sede del Museo L’Iber, dedicado a los soldaditos de plomo. La instalación incluye una sala dedicada a la ruta de la seda. Además de escenas de la vida cotidiana en China, la India, Japón, Persia o Turquía, reproduce una caravana en el desierto, un abarrotado mercado en Delhi o episodios de la Guerra de los Bóxers en China.
La entretenida sala se inauguró cuando València fue Capital de la Seda durante el año 2016, una iniciativa impulsada por la Unesco. Un año antes y a propuesta de la Comunitat Valenciana, España se había adherido al Programa de la Ruta de la Seda, dependiente de la Organización Mundial del Turismo. Ya ven que, volviendo a la afirmación inicial, sí, València forma parte de la ruta de la seda, desde hace mucho y con todo el derecho.