Jimmy Tapia – 14 de octubre de 2018 – 00:00
El Monasterio Labrang está en el condado de Xiahe. Es uno de los seis más importantes del budismo tibetano.
El Monasterio Labrang está en el condado de Xiahe. Es uno de los seis más importantes del budismo tibetano. Fotos: Jimmy Tapia / El Telégrafo
En la provincia China se pasa en pocas horas de un desierto con camellos a helados templos, a 3.000 metros de altura.
La Unesco declaró a sus grietas como Patrimonio de la Humanidad.
El viento levanta granos de arena de color amarillo dispersos infinitamente en el horizonte. Miles de dunas se forman y deshacen cada día en ese vaivén.
Desde el aire deslumbra ese panorama en China y a la vez provoca escalofríos imaginarse perdido en un sitio donde todo lo que se ve alrededor es polvo.
Aunque ya allí, en el desierto de Mingsha Montain Crescent Spring, en la ciudad de Dunhuang (provincia de Gansu), la sensación se acerca más a la de estar en una playa de la Costa ecuatoriana que en una zona despoblada.
La brisa golpea el rostro, mientras que el sol calienta las cabezas, pero no sofoca. El área planificada tiene 212 kilómetros cuadrados y la zona escénica 76 kilómetros cuadrados. Este atractivo turístico está a lo largo de la legendaria Ruta de la Seda, uno de los caminos de intercambio comercial del gigante asiático con el resto del mundo.
En este icono de Gansu, cuya población total es de 26 millones, peludos camellos de color café pasean. Centenares de estos animales están sentados en la arena con una silla colocada entre sus dos jorobas en espera de clientes. Hombres vestidos con camisas mangas largas, pantalones largos y gorras ofrecen a los turistas la experiencia de ser “jinetes” del desierto por $ 15 (100 yuanes).
Pero se requiere de un grupo de cinco usuarios para arrancar. El viaje sobre el mamífero de tres metros de altura es lento, pues están enlazados con sogas para que ninguno salga corriendo sin rumbo con el debutante “jinete”. Uno de los hombres que ofertan el viaje encabeza, a pie, la caravana en los soleados días. Él sostiene la soga de la especie “alfa”. “No se hagan fotos con celulares arriba del animal porque se pueden caer”, expresa con gestos el guía.
Los viajeros, como es de esperarse, sacan sus dispositivos para hacerse selfies sobre el camello. Algunos sombreros y botellas, de personas que casi se caen, lucen en la arena de ese desierto chino poco conocido en América. En el recorrido de 40 minutos se observan pisadas de personas, dunas y granos de arenas de tonos rojo, amarillo, verde, blanco y negro.
Gansu es diferente a las grandes ciudades del gigante asiático, allí no pululan los numerosos rascacielos de metrópolis. Pero es la cuna cultural de la civilización china. En su territorio se encuentran las Grietas de Mogao, lugar al que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad en 1987.
Centenares de agujeros destacan en la cara externa de la montaña. Al pasar por una puerta, hay cuevas en cuyo interior se aprecian pinturas del año 366 después de Cristo. En las paredes de rocas están tallados Budas de diversos tamaños.
En las cuevas, en cuyo exterior hay puertas, predomina la oscuridad. Solamente el guía porta una linterna para mostrar las obras. Los administradores del sitio no abren todos los días las 735 cuevas, ya que sería difícil preservarlas. El sitio tiene 45.000 metros de murales y 2.415 esculturas.
Una de las imágenes más visitadas es un Buda de 36 metros de altura tallado en la pared de la caverna.
Las Grietas de Mogao tienen 2.415 pinturas. En el interior hay imágenes y esculturas gigantes de Buda.
Tras un viaje de 11 horas en tren, que atraviesa el desierto, se llega al condado de Xiahe, parte de la Prefectura Autónoma Tibetana de Gannan.
Los 2.900 y 3.100 metros de altura en los que están sus poblados contrasta con el desierto de Gansu, a pesar de estar en la misma provincia.
Los pocos extranjeros occidentales que están allí lucen con abrigos, pero en sus calles destacan hombres rapados con túnicas rojas y brazos descubiertos. Ellos son los monjes del Monasterio Labrang acostumbrados a ese clima.
En sus momentos libres juegan con una pelota y se sientan en las aceras juntos sin hacer ruido. Algunos sonríen, otros lucen inexpresivos y un grupo se enoja cuando un turista quiere retratarlos. Ese monasterio en tibetano significa Palacio para Monjes, es un referente cultural y está en la Ruta de la Seda.
Según la Prefectura, es de los seis grandes monasterios del budismo tibetano. Más que contar la historia invita a reflexionar sobre la existencia: “¿Qué pasa al morir el cuerpo? ¿Desaparecemos?”. Hay un incómodo silencio y nadie responde. (I)www.eltelegrafo.com.ec