INFOLIBRE
Una ruta, un grupo de potencias, una pandemia. Las relaciones económicas guardan a lo largo de su historia rasgos similares que llevan siempre a la reflexión a los que vivimos tiempos teóricamente más civilizados. De todas las pandemias, epidemias y enfermedades que marcaron nuestra historia, hay una que tiene un lugar especial, tanto por el número de muertos como por las consecuencias de toda índole en la civilización occidental y oriental. La Peste negra, en el siglo XIV, tiene como elemento particular el hecho de que se expandió en momentos en que se vivía una guerra económica y militar entre las potencias del Mediterráneo como Génova y Venecia y las potencias continentales como el Imperio Otomano y las hordas y kanatos mongoles. Todo dentro de una zona de comercio periférico de la Ruta de la Seda.
En la actualidad, en medio del intento de China de reactivar la Ruta de la Seda, surgió desde diciembre, noviembre u octubre del año 2019 una pandemia llamada covid-19. Si el número de muertos será muchísimo menor, marca un paradigma nuevo en la historia y si bien no ha definido la victoria económica de alguna potencia, ha revelado una vez más ante nosotros la cruda realidad en la que vivimos todos.
Las similitudes entre las dos pandemias son eso, similitudes, y encontrar un paralelismo general a dos hechos históricos totalmente distintos nos llevaría a presentar de forma apocalíptica nuestro período actual, lo cual es erróneo. La antigua Ruta era la red de comercio que unía el mundo occidental con el extremo oriente. El control de una parte de este comercio dependía de las victorias militares de las primeras potencias de la región, Venecia y Génova, el imperio Otomano, etc. Las Nuevas Rutas de la Seda son la estrategia china para romper el cerco económico establecido por los Estados Unidos. La naturaleza de ambas rutas es por consiguiente diferente.
Controlar la salida al mar
Antes de la toma de Ceuta por los portugueses (1415), la economía del mundo tenía como centro el Mediterráneo (Braudel, 1949). En la parte oriental del Mediterráneo llegaban los más codiciados productos venidos del Levante (Cercano Oriente), del Medio Oriente (Persia, regiones bajo dominio mongol) y del Extremo Oriente (China). El corazón del comercio internacional, en germen, tenía por consiguiente dos espacios geográficos. La primera era la Ruta de la Seda o comercio terrestre con salida a diversos puertos, sobre todo al Mar Negro y a los puertos de las actuales Turquía, Siria y Líbano. El segundo espacio era el comercio marítimo desde los puertos antes citados hasta los puertos de Génova y Venecia esencialmente. Por ello, el control de los puertos al este del Mediterráneo era de vital importancia para ejercer un dominio comercial en la región.
Dentro de ese contexto aparece un hecho militar de gran trascendencia. En 1346, las hordas mongolas inician el asedio de la ciudad de Caffa en el Mar Negro. Si la historiografía no es unánime al respecto, se considera que, durante el enfrentamiento entre mongoles y genoveses, los primeros lanzaron hacia los segundos sus muertos infectados con la peste. Los genoveses al regresar a Europa trajeron consigo la enfermedad (se considera este hecho militar, por una parte de la historiografía, como el primer ejemplo de guerra bacteriológica). Posteriormente, desde los puertos, al norte de la actual Italia, la pandemia se expandió a toda Europa, matando a alrededor del 25% de la población del continente (Vitaux, 2010).
La consecuencia económica fue la disminución del comercio genovés y la posterior hegemonía veneciana. A su vez la importancia del Mar Negro en el comercio marítimo internacional disminuyó, pasando en un primer momento al Cercano Oriente, gracias a los puertos de Alejandría y Beirut (Balard 2006). Posteriormente, con la desaparición de Bizancio, la Ruta de la Seda dejó de ser parte del eje del comercio internacional, abriendo paso al nuevo período que duró cinco siglos: el Océano Atlántico como centro de la economía mundial.
En la actualidad, desde los años 2010, vivimos un cambio de centro en la economía mundial, el Océano Pacífico se convirtió en el centro de la economía global. La estrategia china de la Nueva Ruta de la Seda (Xi Jinping, 2013), responde en realidad a la estrategia norteamericana del Giro o Pivot (Obama, 2011) con el objetivo central de frenar la expansión del país asiático. La importancia del Océano Pacífico donde están las cuatro primeras potencias mundiales (Estados Unidos, China, Rusia y más atrás Japón) ha hecho que tanto norteamericanos y chinos vean en el control de las diferentes salidas marítimas de la Nueva Ruta de la Seda, desde el Mar de China hasta Siria, una necesidad para consolidar posiciones en el comercio mundial. Y así como durante la anterior pandemia hubo un cambio importante mas no estratégico en la economía, disminuyendo el rol genovés en la Ruta de la Seda, la actual pandemia puede tomar un camino similar. No debe por consiguiente sorprendernos que uno de los grandes pierda posiciones.
Un cambio de mentalidades
Si la actual pandemia puede marcar un freno de gran importancia a la expansión económica china, no es tanto por las consecuencias sanitarias en el país asiático. Es sobre todo porque se viene desarrollando, espontáneamente y/o de forma coordinada, una opinión pública desfavorable a China. Una de las primeras consecuencias de la actual pandemia es el rechazo tanto institucional como en una parte de la población a restablecer lazos económicos como antes. Poco a poco se observa la idea de no fabricar ya en China, comprar sí pero no todo a un país o depender exclusivamente de la buena voluntad del estado chino. A ello, se suma la crisis económica que se viene, pues uno, dos o tres meses de paralización de la economía traerá consecuencias económicas y sociales a todos los países.
Otro elemento importante es ver que se tardará un tiempo para que las poblaciones en los diversos países retomen el curso normal de sus vidas. La idea de viajar de paseo por Europa o comprar los nuevos modelos de smartphone no está en la agenda de numerosas familias envueltas hoy en el dolor por la pérdida de un ser querido, en la disminución de salarios o desempleo o en las secuelas que está dejando probablemente en los contaminados por el virus. (El doctor francés Raoult viene informando desde hace poco sobre los futuros problemas pulmonares de los enfermos incluso asintomáticos). Con el confinamiento, la información cotidiana, el contador de muertos por internet y el futuro incierto, el clima parece ser de miedo e incertidumbre.
Si la pandemia medieval frenó en parte el comercio de la Ruta de la Seda, también trajo un largo periodo de temor e incertidumbre. Con ciudades devastadas por el terror bacteriológico, el Occidente de ese entonces necesitó tiempo para reconstruirse. La palabra incluso entró en el vocablo occidental (Moliere). Hablar pestes o hablar mal de alguien, echar pestes o palabras de execración, nuestro lenguaje guarda como huellas del espanto por aquella pandemia. Ahora, como antes, la reacción de algunas personas parece repetirse. Actitud hostil hacia los sepultureros y enfermos, abandono y fuga al campo (Samuel Cohn, 2017). Sin embargo, la Peste Negra trajo también cambios en las mentalidades de la época. Recordemos a Petrarca, uno de los primeros humanistas, que pierde a su amada Laura, víctima de la Peste Negra. La antigua pandemia aceleró el surgimiento de nuevas ideas y corrientes filosóficas.
En la actualidad vemos apareciendo nuevos personajes (o antiguos con ideas nuevas o antiguos con ideas antiguas maquilladas como nuevas) que hablan de una nueva era. Un mundo nuevo dentro de las actuales relaciones económicas. Esto no debe sorprendernos. Pero a diferencia de la anterior pandemia, la actual tiene a pueblos más concienciados, más conscientes de su realidad. La difusión en los medios de comunicación, de gente ya sea en la playa o bebiendo en pleno confinamiento no representa el accionar de los pueblos en general. Estamos convencidos de que veremos un Renacimiento contemporáneo, un quattrocento social que rompa con nuestra decadencia bizantina.