FRANCISCO CARRIÓN / EL MUNDO
«En el barco se ha encontrado la primera prueba de una Ruta de la Seda Marítima que conectaba China, India, el golfo Pérsico, el mar Rojo y Occidente hace 390 años», afirman los arqueólogos.
Durante siglos permanecieron extraviados bajo las aguas del Mediterráneo oriental, con sus bodegas atestadas de porcelana, ánforas y botellas. Hasta que un equipo británico buceó a su encuentro. La expedición ha rescatado la memoria de una docena de naufragios de todas las épocas, desde griegos y romanos hasta otomanos, que habían permanecido hasta ahora olvidados frente a las aguas del Líbano. Se trata de uno de los hallazgos más formidables de la arqueología submarina en las aguas aún poco estudiadas del levante.
La joya de este descubrimiento marítimo, localizada a dos kilómetros bajo agua, es un buque mercante otomano hundido hacia el 1630, en tiempos del sultán Murad IV. Un «coloso» del que ha aflorado una variopinta colección de 588 objetos que reconstruye rutas y relaciones comerciales. «Este barco cosmopolita cuenta la historia del principio del mundo globalizado», reconoce a EL MUNDO Sean Kingsley, asesor arqueológico de la empresa Enigma Recoveries y director del Centro para la Exploración Marítima Este-Oeste.
En su imponente armazón, de 43 metros de eslora con capacidad para 1.000 toneladas, se guardaban piezas de 14 culturas y países, desde China, India e Irán hasta Italia y España. «Las pertenencias de la tripulación incluyen una jarra cerámica con forma de barril procedente de España y un plato de fayenza azul y blanco de Lisboa. También se han hallado unos cuantos reales de plata que ayudaron a datar el naufragio. Es muy probable que un comerciante de la Península ibérica viajara en aquel fatídico viaje», desliza Kingsley.
«La pérdida de aquellos comerciantes es hoy un beneficio para la ciencia. En el barco se ha encontrado la primera prueba de una ruta de la seda marítima que conectaba China, India, el golfo Pérsico, el mar Rojo y Occidente hace 390 años», admite el académico.
El equipo ha rescatado un juego de 360 tazas de té del último emperador de la dinastía china Ming, decoradas con escenas rurales y motivos florales y reutilizadas para la ingesta de café; pipas de tabaco otomanas realizadas en arcilla, las primeras halladas en tierra o mar y sometidas entonces a la persecución de las autoridades islámicas; cafeteras de cobre, también otomanas; y tazas de café de Yemen.
«El consumo de tabaco y café en las cafeterías otomanas alumbró las ideas de recreación y de sociedad educada. Europa podría pensar que inventó ambas nociones pero los objetos del naufragio demuestran que el bárbaro Oriente fue el pionero. El primer café de Londres abrió sus puertas en 1652, un siglo después de que funcionaran en el Mediterráneo oriental», asevera Kingsley, uno de los artífices del estudio arqueológico submarino más extenso firmado en los confines del Mediterráneo oriental.
Según las pesquisas de los investigadores, el navío debió partir de El Cairo. «La ciudad, entonces con alrededor de 300.000 almas, era la urbe más rica del imperio y abastecía a Estambul con ingresos que excedían al del resto de provincias. En aquel tiempo era una de las grandes capitales del mundo, un emporio tan cosmopolita como Barcelona o Nueva York hoy», relata el arqueólogo británico. «De sus almacenes salieron muchos, si no todos, los envíos guardados en el barco: la porcelana china, la pimienta india, los tarros de cristal persas o las tazas de café de Yemen», continúa. «El buque también llevaba lino y dátiles, procedentes probablemente de El Cairo».
La ruta entre la capital egipcia y Estambul no estaba exenta de peligros y asaltos. El barco iba armado con seis cañones y bombas sucias, preparadas a partir de piedras, plomo y fragmentos de vidrio. Dos galeras de guerra grabadas en un bastón de madera recuerdan el temor de la tripulación a ser capturados por los Caballeros de Malta. Los objetos que sobrevivieron bajo las aguas y sortearon la acción de los teredos o «gusanos de madera» durante cerca de cuatro siglos fueron recuperados hace un lustro tras una exhaustiva documentación.
«Todos los restos fueron registrados con cuidado usando fotografía digital, vídeo en alta definición, fotomosaicos y sistemas de multihaces», señala Steven Vallery, codirector de Enigma Recoveries. «Para la ciencia y la exploración submarina, estos hallazgos suponen un gran salto adelante», añade. La colección se encuentra desde entonces en Chipre, donde -tras descartarse que hubieran sido halladas en aguas chipriotas- esperan el fin del proceso administrativo.
La compañía se halla en conversaciones con varios museos para tratar de exhibirlos, relatando la historia del barco y su hallazgo. «El compromiso es mantener los objetos unidos en una sola colección. Hemos tenido ya conversaciones muy prometedoras con algunas instituciones en todo el mundo», avanzan. El equipo aún debe completar la catalogación y los análisis científicos en busca de pistas para determinar donde fueron manufacturadas las vasijas cerámicas o que contenían a través del examen de ADN.
El resto de los barcos sigue, con sus enigmas, sobre el lecho marino. «Comparadas con las del Mediterráneo occidental, las aguas del Líbano y Siria son poco conocidas», advierte el arqueólogo. «El levante -agrega- puede afirmar con razón que es la cuna de la civilización. El primer intercambio marítimo de larga distancia nació a finales de la edad del bronce (1400 a.C.) entre las superpotencias de Egipto, Siria, Canaán y Micenas. Estas aguas tienen un enorme potencial para descubrir el cambiante juego de la historia, desde las obras maestras de arte cananeo y fenicio hasta los mercaderes romanos y griegos, las aventuras emprendedoras de los primeros cristianos bizantinos y los frutos de la guerra y el comercio de cruzados y otomanos».