DARÍO PRIETO dprietoelmundo Actualizado Lunes, 15 febrero 2021 – 02:08
El historiador y académico Agustín R. Rodríguez González reconstruye en ‘Urdaneta y el tornaviaje’ (La Esfera de los Libros) el itinerario del ‘Galeón de Manila’, a través del cual España convirtió al catolicismo a los habitantes de Filipinas y por el que se popularizaron en nuestro país productos del lejano Oriente como los mantones y las medias de seda. Un hito que selló los fructíferos intercambios con China
Antes, mucho antes de que aviones, cargueros y redes informáticas conectasen España con China, un solitario barco acercó ambos extremos del mundo a través de un viaje épico por el Océano Pacífico. El Galeón de Manila, también llamado la «Nao de China», cubrió durante dos siglos y medio la ruta entre Acapulco y las islas Filpinas: una travesía por la que llegaron por fin a nuestras latitudes los ansiados productos orientales que llevaron a Colón a hacerse al mar, pero que también llevaron hasta allá la religión católica y la cultura americo-española. Todo ello, gracias al descubrimiento del «tornaviaje» (trayecto de vuelta) desde Filipinas hasta América por el marino y fraile agustino Andrés de Urdaneta, a quien el historiador y académico Agustín R. Rodríguez González dedica su último libro. ‘Urdaneta y el tornaviaje’ (La Esfera de los Libros)
Es algo mas que una biografía del explorador, nacido en la localidad guipuzcoana de Ordizia en torno al año 1508 y fallecido en Ciudad de México en 1568, tres años después de que descubriese el derrotero. Y es que el libro se detiene sobre todo en las consecuencias históricas y económicas de aquel camino marítimo que unía la metrópoli con la colonia asiática evitando la circunnavegación africana que practicaron portugueses y holandeses.
Andrés de Urdanera, con los hábitos de agustino.
«Realmente, las Filipinas no eran unas nuevas Molucas por su riqueza en especias», escribe Rodríguez González, «y su importancia económica por sí mismas no era muy grande, como no lo fue la llegada de españoles, peninsulares o novohispanos, para establecerse en ellas». Su importancia, según él, «estribaba en que era una inmejorable puerta de acceso a las costas y los productos chinos«.
El Imperio chino, «que era con mucho el principal proveedor» del comercio español en Asia, proporcionaba «seda en hilo, en tejidos y bordados, marfil, vajilla de porcelana, lacas y madera lacada, biombos y madreperlas«. ¿Y a cambio de qué? «Se dice que el galeón llevaba especialmente ‘plata y frailes’, es decir, plata en lingotes y en moneda, la primera para los gastos de la nueva posesión y para pagar las mercancías, y en segundo lugar los misioneros para la colonización y evangelización», responde el historiador. «Pero, de hecho, llevaba otros muchos productos, desde armas hasta objetos de culto, y muy especialmente animales y plantas que no se daban en Filipinas: vacas, caballos, maíz, cacao, tabaco, caña de azúcar, cacahuete, tomate, calabaza, papaya, pimiento…»
Este intercambio incorporó a la cultura española algunos productos especialmente populares. Es el caso de aquellos «aparentemente castizos: mantones de Manila, tejidos y bordados en China (aunque dieron paso a talleres en Nueva España y España por la alta demanda) y las medias, curiosamente no tanto para uso de las mujeres, sino de los hombres». En ‘Fortunata y Jacinta’, Pérez Galdós habla de la pervivencia de este comercio en el Madrid del último tercio del siglo XIX.
Por el contrario, «los productos europeos tenían una muy escasa demanda en China, nada interesada en ellos». Lo único que querían «era plata, tanto en lingotes como amonedad, instrumento de pago esencial para la economía del imperio y que faltaba en él. En otras circunstancias esto habría sido un auténtico problema, pero con la posesión de Nueva España, se disponía de abundantes reservas de ella al ponerse en explotación las minas». Según explica en el libro Rodríguez González, «todavía hoy se descubren de tanto en tanto en China tesorillos de monedas españolas enterrados dentro de algún recipiente, lo que prueba la importante circulación que tuvieron. Es más, recientes investigaciones parecen demostrar que la decadencia del imperio chino durante el siglo XIX se debió a que, con la independencia de México, ese vital flujo desapareció con las consecuencias de la Revolución y todos los cambios producidos en el siglo XX»
Los galeones de Manila, que llegaron a ser los mayores barcos de la época, dejaron de cubrir la ruta en 1815. Aquello coincidió con las presiones coloniales británicas sobre China, que provocaron varias guerras y la apropiación de Hong Kong. «Otras potencias apoyaron al imperio británico, pero España, aún muy presente en Filipinas, se negó a adoptar una postura semejante».
Una última curiosidad, apropiada para esta época pandémica: la expedición Balmis, con la que el médico alicantino vacunó contra la viruela las colonias españolas, llegó a Manila en 1805 siguiendo la ruta de Urdaneta: «Terminada la vacunación en Filipinas, y pese al peligro de los piratas que actuaban por aquellas aguas, Balmis pasó a China, vacunando a la colonia portuguesa de Macao y a la población del mismo imperio chino en la región de Cantón«.