CONVERSANDO

Acciones: Certamen Literario

—¿Sabes cuál es mi contraseña en el ordenador del trabajo?

—No puedo saberlo.

Estoycurada1

—Mírala que positiva. Pero ¿ya trabajas?

—Por supuesto. Estuve de baja, pero solo lo imprescindible. Estar ociosa no es bueno para nada. Cuando te quedas quieta, tú ganas terreno, que eres muy cuco. Eres un maestro para quedarte pegado a las paredes del alma.

—Es una oportunidad para descansar…

—Sí, lo es y también para perderse en el mundo flojo de la autocompasión, de la falta de estímulos. No. No es bueno, yo lo tenía muy clarito. Volver a la vida cotidiana es ir ganándote un poquito de terreno cada día.

—Menos mal que no hay muchas que piensan como tú.

—No te engañes, sí que las hay y tú lo sabes, muchas, muchísimas. Somos cada vez más las mujeres que nos rebelamos a perder la esperanza (como a tí te gustaría). No nos dejamos arrastrar por la tristeza y le plantamos cara al miedo.

—Miedo. Qué pasa ¿tú no lo has sentido? No te creo.

—Por supuesto que lo he sentido, cada minuto del día y de la noche, durante muchos, muchos días. Desde la primera duda de la mamografía, con la maldita biopsia y con el diagnóstico se me erizó hasta el pelo de la cabeza de puro miedo que sentía. Después se quedó instalado en el doblez de mi espíritu. Todo era miedo.

Y pensaba y pensaba y leía y lloraba y volvía a pensar y a sufrir por la tristeza que me rodeaba. Me decía a mí misma que podía con ello, mientras tú, cabrón, me mandabas imágenes de pechos amputados, de cabezas rapadas, de cansancio infinito, de enfermedad…

No puedes ni pensar cuánto te odio, cuánto daño haces y qué difícil es manejar todos esos argumentos que repites y que nos cuelgas en la piel y en cerebro.

Pero fui capaz de superarlo, porque me dí cuenta de que no eres tú (no te creas tan poderoso) no, era yo misma, la que me estaba castigando con imágenes y con tormentos imaginarios.

—Entonces, las personas que sufren y están mucho tiempo mal son menos valientes que tú…

—Ni hablar, son mucho más valientes, porque tienen mucho que superar y cada una necesita su tiempo, más o menos. Yo tuve suerte, sabes, mucha suerte, y eso me ayudó a remontar.

Y también, no lo dudes, me ayudó muchísimo encontrar el ejército de personas que luchan contra ti.

—¿Un ejército?

—Sí, organizado, disciplinado y muy muy eficaz. Hombres y mujeres que luchan día a día por vencerte. Tú sabes quienes son, lo que no sabes es lo que acaricia su sonrisa, lo que consuela su palabra, lo que tranquilizan sus mimos y sus gestos de ánimo. Un ejército.

A lo mejor, también en eso he tenido suerte y he conocido el mejor. No lo creo, es tan poderoso que deberías temblar ante su presencia, porque estamos dispuestos y bien dispuestos a mantenerte a raya.

—No creas que me asustas. Yo siempre gano.

—No. No ganas siempre, la que gana es la muerte antes o después. Tú eras su comandante más feroz, pero amigo, vas perdiendo terreno. Cada vez somos más los que pensamos que se puede controlarte. Cuando miras las mareas de personas que se mueven en manifestaciones, en hospitales, en charlas, te das cuenta de que el ejército crece sin cesar.

—¿Entonces tú crees que ya me he olvidado de ti con tantos apoyos que dices que tienes y tanta mandanga propagandística?

  —No, sé que no. Yo tampoco me he olvidado de tí, cada pinchazo, cada sofoco, cada vez que me giro en la cama, o levanto el brazo bruscamente me acuerdo de tí.

—¿Y?

—Y estás ahí, no puedo negarlo. No puedo olvidarme de tí, pero es mejor así. Porque saber que puedes volver a atacar me da una doble visión de las cosas; saber que tengo que disfrutar de todo y de todos mucho más, y saber que debo tener cuidado. Si quieres te cuento lo de la cerveza y así acabamos.

—Adelante.

—A mí me gusta la cerveza, mucho, creo que cada vez más. Cuando me quedé embarazada intenté por todos los medios que me gustase la cerveza sin alcohol, pero no lo conseguí. El sabor, el olor, el regusto no tiene ni comparación. No es cerveza.

Después de tu visita, intenté volver a la cerveza sin alcohol y, aunque tengo que reconocer que los fabricantes se han esforzado mucho, sigue sin ser lo mismo. Cada vez que bebo una sin, siento que el miedo me gana la partida. No disfruto de ella porque veo, a lo lejos, tu amenaza que cuelga de la barra.

Pues se acabó. He decidido que no te tengo miedo, que el alcohol de una cerveza no va a conseguir que vuelvas, porque eres tan cabrón que volverás, si quieres, cuándo y cómo te de la gana.

Pero que sepas que aquí estaré, con parte de mi ejército compartiendo en la barra de un bar una cerveza con alcohol, porque no te tenemos miedo.

Raquel Villafañe Madrigal