Mi esposa, pesa ciento diez libras, quizás menos, sus senos son pequeños, nada la vincula con el cáncer de mama, no hay razón y sin embargo no resiste los dolores en la espalda y en la parte inferior de su pequeña tetica. Apenas si tenía leche después del parto, cada fin de semana me encargaba de tostar y moler maní, encima del armario siempre hubo varias barras así podía lactar mejor. Eso sí, al chico le gustaba una sola teta y ella se hacía presión para sacar la leche. Ya es un hombre, la menopausia se acerca y aparece el mal.
En estos tiempos tan vulnerables, vivimos buscando la mejor opción para todo, por eso fuimos con el doctor Leonardo en Camagüey, cuando indagamos, fueron las mejores referencias. Tengo que reconocer la grata impresión recibida de ese hospital “en estos tiempos de escasez y desamor”. A media noche salimos, amanecimos allí, cientos de personas de varias provincias en aquel pasillo me sacó la expresión ¡Qué barbaridad! Pues no, vino un gordo en bata blanca y recogió a los de Ultrasonido, por el otro pasillo llegó una enfermera solicitando a los del laboratorio, otra persona nos repartió turnos ¡Qué bien! Muy organizados. Al señor repartidor de turnos se le pegaron los papelitos.
― Hoy es su día de suerte tome el doce.
Suficiente para formar barullo en la cola, mi flaca muy tensa por la prueba salió airosa del percance:
― ¡Señora, con la situación que tenemos usted y yo! ¿Nos pega discutir por un simple número? ¡Pase usted primero!
El incidente me dejo meditando ¿Qué más puedo hacer?, ya la ayudo en todo, más bien le hago todo, ella da los retoques. En lo adelante no podrá cargar las macetas de sus plantas, seré su taxista, la llevaré en bicicleta a todas sus coberturas y no estará sola en ninguna consulta. Algo más se me ocurrirá.
Omar Rosa González